Cris-cris-cris-cris.
Hombros arriba y cabeza alta. Llevas el peso de siglos de tradición en la ropa, pero tienes que subir la barbilla y sonreír. ¡Que se contagie la alegría!
Cris-cris-cris-cris.
Da igual que sean las 10 de la mañana -el primer pasacalles- y hayas dormido cinco horas porque ayer hubo verbena y aunque siempre prometes recogerte pronto, había que ir a asomar el focicu al menos para comprobar cómo estaba de gente.
Cris-cris-cris-cris.
Da igual que hayas dormido poco porque te levantaste a las 7 para que te vistan a las 8. No quieres llegar de las últimas. Ir a que te vistan manos sabias de brujas buenas, de esas que guardan conjuros y te hacen reír aunque lleves el sueño pegado al cuerpo. ¡Hombros arriba! ¡Sonríe!
Cris-cris-cris-cris.
No eres de joyas ni de brillos, pero hace días que lo preparaste todo: pendientes de plata y azabache, collar, broches, pandereta… El ajuar esperando en la estantería, como una promesa.
Cris-cris-cris-cris.
Caminas y suenas. Saben que llegas. Sabes que es el día del año que más guapa te sientes. Que más guapos os sentís todos. Y eso se contagia. Salta a las aceras. Sonríes. Sonríen.
Cris-cris-cris-cris.
Caminas al compás de los corales de tu traje de aldeana, de llanisca. ¡Que se contagie la alegría!